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También en la medicina, como en cualquier otro mundo, hay modas y tendencias, tanto entre los profesionales sanitarios como entre los ciudadanos.

Respecto a las modas entre los médicos, muchas tienen que ver con publicaciones brillantes o hallazgos científicos prometedores. En un momento dado puede estar de moda poner aspirina a un tipo de pacientes, cuando al poco tiempo se ha tenido que suspender porque ya “ha pasado de moda”; hemos visto cómo “se llevaban” determinados fármacos estupendos para la obesidad, pautándose por doquier, y hasta cirugías cuasi milagrosas para esta misma dolencia, aunque después se mostrasen poco eficaces, también se puso de moda recomendar cerveza al igual que se hacía con el vino (a dosis moderadas) y después se ha comprobado cómo esta recomendación carecía de base científica; de moda estuvo solicitar el PSA a todo varón por encima de los 40 años, para después considerarlo una medida inútil.

En el caso de la Medicina estética en concreto, se han puesto de moda a lo largo de su historia, tratamientos y aparatología que prometían resultados hasta el momento inalcanzables, pero que el tiempo demostró en su momento que o bien fueron ineficaces o si lo fueron, no consiguieron más que los tratamientos ya existentes y lo único novedoso fue su alto precio.

Aún hoy, no hay congreso en medicina estética donde no se lance un nuevo aparato para tratar aquello que ya venimos tratando con “el mejor aparato”

 

¿A qué se debe esto? ¿Es que la medicina no es una ciencia fiable? Ni mucho menos, la explicación la encontramos en la cantidad de actualizaciones que existen y en que resulta absolutamente diferente probar un tratamiento en el laboratorio de experimentación  a probarlo en la vida real, con pacientes de verdad, y  seguidos a largo plazo.

En medicina la cabeza del médico es tan importante como lo que dicen las publicaciones , es el médico el que debe interpretar, con prudencia, lo que aconsejan los conocimientos del momento, sabiendo que dichos conocimientos son cambiantes y están condicionados por numerosos factores: intereses económicos, científicos, de la industria farmacéutica, de la administración pública, etcétera. Esto tiene una doble importancia en medicina estética, ¡cuántos aparatos de “última tecnología” se han quedado por el camino!

 

En este contexto de continuo cambio de conocimiento, es el médico el que debe pensar qué es lo mejor para el paciente concreto que tiene delante. Lo relevante no es lo que dice la última publicación, que debemos conocerla, sino cómo se aplica el conocimiento actualizado a ese paciente, lo que puede llevar a cambiar el tratamiento por uno más “moderno”, o a dejarle con el mismo tratamiento porque le es eficaz en vez de  ver cómo funciona a largo plazo la nueva pauta que se acaba de publicar en una revista importantísima.

Las modas están muy bien, pero es preferible dejarlas en la pasarela; en medicina tenemos la responsabilidad de cuidar de nuestros pacientes, y no aplicar a la primera de cambio el último tratamiento que aconsejan “milagroso”.

 

 

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